Obra de Diego de Vergara de 1541, semicircular, con sus muros rasgados por altas ventanas superpuestas entre columnas corintias estriadas y cubierta con una bella bóveda nervada.
El resto del interior se cubre por espectaculares bóvedas vaídas, decoradas con grutescos y palmas, donde en un alarde de maestría se montan nuevos pilares sobre los ya existentes en el centro del templo para ganar altura, dejando atrás definitivamente el tradicional escalonamiento gótico de las tres naves.
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